sábado, 8 de diciembre de 2012

Compromiso docente e incentivos perversos

La nueva ordenación boloñesa obliga a los alumnos, o eso dicen, a realizar trabajos de fin de grado. Esta entrada es un desahogo personal con el sistema que se ha empleado en mi universidad (un poco al modo de A. Boix) que, desde mi punto de vista, es delirante y parte de reconocer a los alumnos, de manera indiscriminada, una posición y unos derechos que dudo mucho de que sean razonables. Empiezo con la historia, que creo que puede servir de aviso a navegantes.

Hace un tiempo, recibimos instrucciones de que cierto tipo de profesores (entre ellos, los titulares de universidad), debíamos proponer temas para esos trabajos, creo recordar que con un mínimo de 4 con una oferta de dos alumnos para cada uno de ellos. Esas propuestas se ponían a disposición de los alumnos, que elegían libremente y luego los profesores, decidían si aceptaban o no dirigir a los alumnos en cuestión. Hasta aquí, creo yo, más o menos razonable. Los alumnos elegían según sus preferencias, pero los profesores podíamos descartar ciertas solicitudes, por ejemplo (es mi caso), porque temas demasiado complejos habían sido elegidos por alumnos cuyos estudios no les permitirían hacerlos. No me digáis por qué, pero alumnos de turismo eligieron, en mi caso, la evolución del régimen de capital de las sociedades mercantiles.

En la decisión sobre los temas, al menos yo, opté por ofrecer aquellos que reunían ciertas características. Que fueran más o menos asequibles para un alumno de grado, que le resultara atractivo y que, al mismo tiempo, tuviera relación con temas que yo pudiera conocer con la suficiente seguridad como para orientar su trabajo. Así que propuse temas que parecieron interesar, porque muchos los seleccionaron (no descarto que mi mítica belleza y encanto personal tuvieran una influencia decisiva) -capital, prácticas desleales con consumidores, protección de pasajeros en el transporte aéreo...-.

El caso es que hace unos días me comunican que tengo que pasar a firmar la asignación de trabajos en segunda ronda. Un poco sorprendido, me paso, porque de hecho el sistema informático que servía para la asignación no permitía el acceso al profesor, así que no podía saber, siendo un correo colectivo, si yo tenía o no alumnos (no creo que fuera casualidad, con el sistema abierto podríamos haber rechazado alumnos en esa "segunda vuelta"). Entendía que no, puesto que había aceptado a 4 en la primera. Para mi sorpresa, me recibieron con 3 más, en los que carecía de capacidad de elección. Lo más increíble es que la asignación de estos trabajos no tuvo en cuenta, en absoluto, la distribución entre los profesores de la dirección de estos trabajos, así que en mi querida casa, en la que el tiempo dedicado a estos menesteres no computa como carga docente ni tiene otra compensación, algunos tendremos que dirigir a 7 personas por año y otros a ninguna. La respuesta es que los pobres alumnos se quejaron de que no podían elegir el trabajo y el profesor (¿por qué hay que reconocer tal derecho al margen, por ejemplo, del expediente o la nota en la asignatura a la que se refiere el trabajo?) y que (entre risitas) debe ser que mis alumnos me quieren mucho. Como no soy de plantarme en el tema de las obligaciones docentes, firmé la asignación de los trabajos y me volví a trabajar completamente indignado.

¿Por qué completamente indignado? En primer lugar, lógicamente, porque me toca asumir más carga de trabajo que otros compañeros en la misma situación. Pero, sobre todo, porque el sistema perjudica a quienes más piensen en los alumnos, es decir, a quienes tratan de mantener una relación más o menos estrecha, quienes les atienden eficazmente, o quienes deciden los temas del trabajo en función de sus intereses y no de los del director. En definitiva, el sistema es un incentivo perverso para quienes más se comprometen en su función docente. Si no quieres vivir en tus carnes el refrán de la rabiza y la cama, trata de ser antipático, no les atiendas, pon trabajos extremadamente difíciles... Absurdo, de todo punto absurdo. En realidad, como todo lo que se refiere a la implantación del sistema de Bolonia en nuestras universidades (que van, un pasito p'alante, María, un pasito p'atrás), que pretende negar la realidad existente y busca un imposible (solo en casos prácticos, he tenido que leer alrededor de 1500 folios de mis alumnos y lo que me queda....). Mira hijo, ahí tienes la Torre Picasso, trata de tirarla a cabezazos, anda, parece que es el planteamiento.

En todo caso, casi que no me quejo. Sé de buena fuente (no de Buenafuente, aunque lo parezca), que a un compañero de otra disciplina, que propuso un trabajo de un lenguaje de programación, especialmente difícil incluso para los ingenieros, según me han dicho, le han asignado tres alumnos.... ¡¡¡de educación infantil!!!